Y de las tareas, tranquilo… Todo ha ido colando, que hasta los profesores han ido tragando con que se les vayan entregando más tarde. Se han dejado del rollo de hacer exámenes (que tampoco era tan grave, porque, al fin y al cabo, para qué están las videollamadas) y, además, como ya ha llegado la Semana Santa, a ver quién es el guapo que me hace hacer nada.
lunes, 6 de abril de 2020
Día 24 después del día C. Confesiones de un adolescente confinado en Lunes Santo.
Día 24 después del día C. Confesiones de un adolescente confinado en Lunes Santo.
Hay que ver la alegría que me dio cuando suspendieron las clases y lo poquito que me duró. Porque, qué quieres que te diga, mis padres y todo el mundo verían todo esto como una tragedia, pero a mí la verdad me sonaba a música celestial, a pedazo de adelanto de la Semana Santa.
Pero hay que ver lo poco que dura la alegría en la casa del pobre. No me dio tiempo ni a hacerme a la idea: ¡Anda que tardaron en cambiar las cosas! ¡Vaya si cambiaron! No veas tú cómo se puso mi padre cuando nos encerraron. Nos reunió a todos y nos dio una vara con que si había que mantenerse ocupados, que esto iba para largo y que teníamos que mantener los horarios, que si nada de quedarse en pijama,… Ojú, se puso serio ni ná…
Bueno, es que cualquiera se dejaba ir un poquito por la mañana, que te levantaban la persiana y todo. Y vaya miradita que te echaban si preguntabas si te podías levantar un poco más tarde. ¿Levantarte más tarde? Para eso había que hacer una excepción en el código penal o pedir, por lo menos, una dispensa especial o una bula papal.
Bueno, y qué me dices tú de cómo se pusieron con las tareas del instituto. Quillo… ¡Y yo pensaba que mi madre era pesada antes! ¿Antes? ¡Lo que tú digas! Y vaya tela cuando los profesores descubrieron el correo electrónico. Pero si parecía que iba a sacar un doble grado en medicina y biología nuclear. ¡Qué barbaridad! Te digo yo que, si llego a trabajar así desde preescolar, ya me habría sacado toda la ESO y el Bachillerato de todos los colores. Pero vamos a ver, si en clase me hacían la vista gorda, ¿a qué venía esto ahora?
Bueno, y de las tareas de la casa, ¿qué me dices tú? Eso era punto y aparte. Con todo lo que me había escaqueado toda la vida, si toda la vida había sido suficiente con contestar con un “Voy…”… Y ahora… ¡Había más cuadrantes que en el Burger King! ¡Esto no parecía mi casa, parecía el penal del Puerto de Santa María!
Menos mal que todo se ha ido relajando. Cómo han cambiado las cosas. No es que no estén los horarios. Verás, estar lo que es estar, pues sí, están. Pero ya no se cumplen. Vamos que si hay que ponerse a empezar a ver una película a las once de la noche, pues se empieza y hasta mis padres se sientan a verla.
Y de las tareas, tranquilo… Todo ha ido colando, que hasta los profesores han ido tragando con que se les vayan entregando más tarde. Se han dejado del rollo de hacer exámenes (que tampoco era tan grave, porque, al fin y al cabo, para qué están las videollamadas) y, además, como ya ha llegado la Semana Santa, a ver quién es el guapo que me hace hacer nada.
Y de las tareas, tranquilo… Todo ha ido colando, que hasta los profesores han ido tragando con que se les vayan entregando más tarde. Se han dejado del rollo de hacer exámenes (que tampoco era tan grave, porque, al fin y al cabo, para qué están las videollamadas) y, además, como ya ha llegado la Semana Santa, a ver quién es el guapo que me hace hacer nada.
Así que esto sí que es vida, la verdad. Te voy a confesar una cosa, ahora que nadie nos escucha: que esto de decir que estoy harto de estar encerrado y que me estoy embajonando es solo fachada, es un papelón… Claro, hombre, se trata de dar pena para que te dejen tranquilo, para que digan “pobrecillo, vamos a dejarlo tranquilo que bastante mal lo está pasando ya con todo esto”.
Tú hazme caso, porque, qué quieres que te diga, a mí esto del confinamiento me sigue pareciendo todavía una pasada. Que ahora hasta te dejan el móvil porque “a ver qué va a hacer el pobre, con algo tendrá que entretenerse”.
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