PRIMER CLIC:
SOBRE EL TIEMPO.
Entrando ayer
de nuevo en el quirófano, desde la camilla me dio por fijarme en el mismo falso
techo de cuadros blancos que veía cuatro meses atrás. ¡Cuatro meses! Desde
nuestros ancestros hemos intentado medir el tiempo, como una manera de
controlar a quien resulta imposible controlar. ¿Qué es año, qué un mes, qué un
día, qué un momento? A veces un año es como un momento y un momento como toda
una vida.
¿Qué son cuatro
meses? ¿Cuánto son? Según mi Garmin todo es medible, cuantificable y uniforme.
Pero si algo tengo yo claro es que eso es un mero espejismo, una pretenciosa
pretensión, porque el tiempo nunca es igual: lo mismo se acelera que se
detiene. En realidad, el tiempo es lo que sucede entre dos cosas que nos pasan.
Así de sencillo. El resto es una mera quimera, creer que lo controlamos y
dominamos, pura soberbia.
¿Qué son cuatro
meses para mí? Pues es el tiempo que ha transcurrido entre la operación de la
rodilla derecha y la de ayer: la operación de la izquierda. Pues sí, otra vez
volver a empezar. Otra vez una pierna vendada desde la punta del pie hasta la
ingle.
La primera
intervención parece que no ha salido mal. Han sido meses primero de sofá, luego
de silla con la pierna en el taburete, luego de ejercicios (los que me conocen
saben que me aburren como una ostra y que nunca los hacía), de bici estática
(alguien me tiene que seducir mucho para convencerme que es lo que tiene de
entretenido), de comenzar a caminar. Esta vez me lo he tomado bien en serio,
consciente de que con cincuenta y cinco años te juegas mucho.
Pero, claro,
ahora cuando la normalidad volvía poco a poco, tocó empezar de nuevo, tocó
poner el contador de la recuperación a cero. Y eso no es fácil, no.
Pienso que
empezar de nuevo en lo que sea siempre es de lo más duro. Quizás sea por eso
que los corredores odiamos las carreras que consisten en dar varias vueltas a
un mismo circuito: nada como empezar el punto A y terminar en el punto B.
SEGUNDO CLICK:
SOBRE ILUSIONES Y SUEÑOS.
Las personas
necesitamos movernos y dirigirnos a algún sitio. Si no sabemos a dónde vamos,
si no tenemos una meta, la vida empieza a desinflarse y comienza a verse como
un valor sobrevalorado.
Mucho he
pensado en estos cuatro meses en ese “moverme a algún sitio”. Cierto que desde
mis ventanas se ven Grazalema y la Sierra Norte en el horizonte y que hubiera
vendido mi alma al diablo porque me diera el fresco en la cara oliendo a jara.
Si no lo digo me crece la nariz, vaya.
Pero ¿a dónde
quiero ir "de verdad"? ¿Hacia dónde quiero que se mueva mi vida?
Tener sueños e ilusiones es algo que nos distingue, que hace persona. Quita a
un hombre sus sueños e ilusiones y lo degradas como persona.
TERCER CLICK:
SOBRE UN MILAGRO NO TAN PEQUEÑO.
En estos cuatro
meses he vivido un milagro que no esperaba: ¡El encierro lo he llevado bien! Mi
hijos no podían creer que pasaran las semanas y papá estuviera tranquilo
simplemente leyendo, preparando materiales para los alumnos, subido en la bici
estática viendo series en inglés y haciendo ejercicios de piernas, más propios
-sirva el eufemismo- de otras edades, que ya he empezado a tomar incluso una
pastillita para la próstata . Mi mujer flipaba viéndome salir a sentarme con un
libro a la terraza. Bueno, pues yo he flipado también. Conociéndome (mi vida
habitual consiste en estar en la calle con Pablo y con Maite unas cinco/seis
horas diarias entre el paseo de la mañana y el de la tarde) yo creía que me
subiría por las paredes a las primeras de cambio. Haberlo vivido semana tras
semana con tranquilidad ha sido toda una sorpresa para mí, un auténtico
milagro. Gracias, Señor
Cierto que
también hemos conocido a gente nueva que me ha hecho la vida más llevadera: al
Sr. Amazon que me ha tenido bien surtido de libros a mi gusto. Qué servicial
que es el tío. Majísimo y puntual. Cada día me levantaba como un enanillo para
ver qué historia me traería.
CUARTO CLICK:
SOBRE UN CHASCO Y SOBRE CÓMO EL HORIZONTE SE FUE MÁS ALLÁ.
Avanzaba
diciembre y físicamente me encontraba cada vez mejor y así llegamos a las
fiestas. El mismo día veinte de diciembre el traumatólogo, tras indicar que la
recuperación la daba por buena, también daba el visto bueno a la operación de
la otra rodilla.
Pensamos en
descansar unos días en la Sierra, como habíamos hecho tantas veces siendo
chicos mis hijos: Navidades en Cazorla. Planazo. El corazón se me aceleraba
solo con verlo: cierto que no había plan de caminar, pero bastaba con abrir las
ventanas cada mañana para ver las montañas y sentir el olor y el reconfortante
calor de la chimenea.
Y así fue,
aunque... solo en parte. Vivimos una Navidad en familia, eso sí, pero gracias a
la visita inesperada del Sr. Ómicron. No era esperado pero lo recibimos todo lo
bien que pudimos. Y gracias a él convivimos los siete: una Navidad como la de
cuando los niños eran chicos. Y hasta jugamos al bingo. En familia sí, pero de
Sierra ni en fotografías.
Así que, la
operación se retrasó y el encierro en casa se prolongó durante doce días, doce
larguísimos e interminables días. Y es que el cambio de ver que podíamos
normalizar un poco la vida siquiera fuera diez días por esta nueva clausura….
Uffffffff: cansado, ahora sí, muy cansado.
Ayer pasé por
quirófano, sí, la rodilla izquierda tenía su pelusilla y hemos decidido darle
un poco de cariño también a la pobrecilla. Eso significa que inevitablemente la
cosa se alarga y de repente, el horizonte se ha ido más allá… He vuelto al sofá
y, he vuelto al dejarme querer. Seguiré rentabilizando la terraza de casa,
"mi despachito" como dicen con sorna en casa.
QUINTO CLICK:
SOBRE CUANDO LAS ILUSIONES Y SUEÑOS SE ENVENENAN.
Y, antes de
terminar estas líneas, vuelvo a mirar adentro: ¿A dónde quiero ir? ¿Hacia dónde
quiero que se mueva mi vida? Porque, como decía antes, “tener sueños e
ilusiones es algo que nos distingue, que hace persona. Quita a un hombre sus
sueños e ilusiones y lo degradas como persona”. Sí, pero miro adentro y hay
más. Porque los sueños e ilusiones muchas veces vienen envenenados. Son buenos
a la vista y excelentes para conseguir sabiduría, y de sueños tengo un mochila
que, lejos de irse vaciando, se va llenando con los años. ¿Qué si tengo
ilusiones?
Me ilusiona
correr con Pablo una tarde cualquiera por el carril bici y sin él por los
carriles hasta Guillena si se tercia. Me ilusiona ir con Pablo y con Maite
cualquier día y tomarnos por la calle un café del Starbucks me parece un
planazo. Con Pablo mis otros hijos que nos acompañan disfrutamos como nadie de
la fiesta del siguiente maratón como si fuera el día del estreno. Me ilusiona
ir a la Vía Verde de la Sierra Norte con Pablo y Maite, que por estar asfaltada
nos permite caminar kilómetros y kilómetros con la silla de ruedas. Disfruto
con mis libros de arte indagando cosas nuevas para mis alumnos. Me ilusiona que mis alumnos me paren por la
calle, me envíen wasaps y, sobre todo, ayudarles en algo o en cualquier cosa.
Sueño con
escaparme una semana con Maite a Cazorla para morirnos de frío caminando y
entrar en calor después en la chimenea con un libro y un Baileys. Sueño con
vivir solo con lo que cabe en una mochila y volver al Camino de Santiago, a
Islandia, al West Highland Way o a Noruega. Sueño con subir el Kilimanjaro,
atravesar los bosques canadienses y con helarme en la Patagonia. Sueño con
viajar los siete y reírnos hasta de que nos roben a los pies de la Torre Eiffel
y revivir Roma con los chicos de mi parroquia. Sueño con que mis nietos les
lloren a sus padres para que el abuelo los lleve de ruta por el campo.
Ilusiones y más ilusiones. Sueños y más sueños.
Las ilusiones y
los sueños están bien, sí, pero ¿qué es lo que realmente quiero? ¿Qué es lo que
realmente merece la pena?
Los sueños
están bien hasta que me envenenan. Hasta que me dicen que son imprescindibles.
Hasta que me dominan y me hacen creer que sin ellos nada merece la pena. Un
sueño se envenena cuando me dice que es lo único y lo vivo como lo único y no
soy capaz de ver más allá, ni de disfrutar del otro millón de cosas.
SEXTO Y ÚLTIMO
CLICK: SOBRE LO QUE DE VERDAD MERECE LA PENA.
¿Que qué es lo
que merece la pena? Merece la pena ver a Maite cada mañana y pensar qué quiere
y qué necesita, antes de pensar qué es lo que yo quiero. Merece la pena sacar a
Pablo a dar un paseo, sobre todo en los días en los que él no está de humor y
me hace pasar un mal rato: solo entonces sé que lo hago por él y no por mí.
Merece la pena tomar un café en el bar de debajo de casa con Laura o con Miriam
y charlar de lo que hemos hecho por la mañana y de lo que se nos antojaría hacer
el próximo verano. Merece la pena escuchar a Mario y preocuparme por sus
preocupaciones y por sus dificultades. Merece la pena entrar en casa reventado
y ponerme las zapatillas, para volvérmelas a quitar sin ninguna gana cuando Ana
me dice: hoy me alegrarías el día si me llevas a comer una hamburguesa antes de
seguir estudiando.
Merece la pena
llamar a mis padres para tener la conversación de todos los días, antes de
hacer eso que tanta prisa me corre. Merece la pena que se venga a casa Alegría,
la madre de Maite, con su silla de ruedas y sus manías solo por ver la cara que
se le pone por estar aquí unos días. Merece la pena salir a correr con Pablo
cuando todo me duele en esos días en los que lo único que me gustaría es
perderme solo.
Y han merecido
la pena estos cuatro meses de eterna recuperación solo por ver cómo mis hijos
se han ocupado y preocupado más que nunca, no solo de mí, sino de Pablo. Solo
por eso ya ha merecido la pena. Han merecido la pena por ver cómo Maite se
desvive y, algo que no puedo entender muchas veces, además con una sonrisa.
Y es que, al
fin y al cabo, la vida no está aquí ni allá, ni en correr ni en la montaña. La
vida está mucho más cerca: está en el otro.
¿Que qué
quiero? Tener un corazón que piense menos en sí mismo y esté en lo que
verdaderamente merece la pena, que es darse.
Por eso, tantas
veces, los sueños y las ilusiones son un eufemismo de puro egoísmo. Muchas
veces los sueños e ilusiones solo sirven para encerrarme, para refugiarme en mí
mismo y ver a todo el que me rodea como el enemigo, como el que viene a
quitarme, como el que me impide cumplir esos sueños. Llegados a ese punto, los
sueños e ilusiones, que en un principio son tan necesarios y me hacen tanto
bien, se transforman en un problema, en un gran problema: en el auténtico
impedimento para ser feliz. En el impedimento para ver al otro.
TERMINANDO...
Así que, nada,
con este deseo comienzo mi segunda convalecencia. El quirófano de ayer ya se me
desdibuja y miro hacia delante, hacia los meses que se me abren en el camino de
los próximos meses. Tiempo habrá de ver cómo queda todo y qué ilusiones y
sueños siguen teniendo cabida en mi mochila. Solo espero llegar a la noche con
la satisfacción del deber cumplido, con la satisfacción de no haberme encerrado
en mí mismo, con la satisfacción de haber puesto primero lo que es
verdaderamente importante y va antes.
¿Y mañana? Pues
mañana coge lejos. Mañana será otro día en su devenir, pero espero que termine
de la misma manera. Como siempre digo a mis alumnos “hagas lo que hagas, hazlo
siempre para alguien”. Y que las ilusiones y los sueños nunca nos dominen y esclavicen
hasta impedirnos disfrutar de todo lo que tenemos, que es mucho.
No hay comentarios:
Publicar un comentario