El rey Alfonso XIII encarga al general Berenguer la normalización del país, comenzando por la situación política: se trataba de volver a convocar elecciones, de volver a un sistema democrático.
Pero el fracaso de Primo de Rivera había sido el del propio rey. Es más, la connivencia de Alfonso XIII con el régimen dictatorial no había sido olvidada. No podían olvidarse el cierre de partidos políticos y sindicatos, los años de represión. El desgaste de la institución monárquica era evidente.
Es por esto que las elecciones de 1931 se planteaban, no ya como una mera elección de partidos para gobernar, sino que eran toda una reválida de la monarquía: los españoles se planteaban la elección del régimen deseado, se planteaba la elección entre monarquía y república.
La aplastante mayoría de votos el 12 de abril de 1931 fue para los partidos de izquierda, entre los que no podemos obviar el ascenso de los republicanos. La gente se echó a la calle y se multiplicaron las manifestaciones y actos públicos. El sentimiento antimonárquico inundaba las calles de España y el 14 de abril el rey abdicaría. La Segunda República había comenzado.
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