Solo con pensar en que tal vez esto sea un adiós se me hace un nudo en la garganta. Correr con Pablo ha sido un regalo enorme e inesperado. Fue un sueño precioso y preciado. Y ahora que todo queda en el aire me parece que ha sido un sueño precioso y más preciado que nunca. Las imágenes se agolpan en mi cabeza: sus risas y carcajadas, el cantar a grito limpio hasta quedar afónico, su chocar de manos a los que nos veían, sus miradas cómplices a los corredores que lo jaleaban, su disfrute sin límite.
miércoles, 22 de septiembre de 2021
Cinco minutos...
Mis rodillas de momento han dicho basta. Todavía escucho con nitidez la voz de Consuelo, mi querida doctora del CAMD, que al terminar de leer los informes me decía “compañero, tienes de todo…”. Finalmente, todo se confirmó y la cirugía es inevitable. Aún resuenan las palabras del traumatólogo indicándome que, tal vez, “correr ahora sí sea de cobardes” y haya llegado el momento de colgar las zapatillas.
Hace semanas que intento poner aquí unas líneas y no atino a hacerlo. Me resisto a la evidencia: ¿se habrán terminado las carreras? ¿de verdad que, sin saberlo, el maratón de Sevilla’2021 fue el último? Y es que aún no me lo puedo creer. Se me saltan las lágrimas mientras tecleo. Me debato entre la realidad y el deseo.
Cuánto hemos vivido, mucho más de lo que nunca habíamos esperado. Parece mentira que empezáramos a correr cuando ni siquiera se podía: ni siquiera sabíamos en aquellos primeros años, cuando Maite me llevaba a Pablo en el km 22 y terminaba el maratón con él, que transgredíamos norma alguna.
Parece mentira aquel maratón brutal del 2014 cuando, contra todo pronóstico, vivimos 42 kilómetros de alegrías y aquel entrar en el Estadio Olímpico después de atravesar el túnel al grito de “¡¡¡¡Pablo!!!!! ¡¡¡¡Hemos llegado!!!! ¡¡¡¡Sí!!!! ¡¡¡¡Hemos llegado!!!!”.
Nunca hubiera imaginado que esa imagen se repetiría una y otra vez, a pesar de los calambres y las contrariedades.
Aún recuerdo el ritual de esas mañanas a las seis de la mañana poniéndole capa sobre capa, cargando las bicis en el coche para que sus hermanos nos acompañarán durante el recorrido, el meterlo en el saco de dormir los años que hacía frío, el llegar corriendo a la salida y siempre tarde y tener que acelerar para conseguir dar caza al coche escoba.
Aún recuerdo aquel kilómetro 35 en Madrid en el que Pablo levantó su manos por primera vez al grito de “¡¡¡Choca, Pablo, choca!!!” y como impactó en cuatro personas que había detrás de una valla amarilla. Pero parece mentira que eso no fuera un episodio aislado, sino todo un clásico a partir de entonces.
Y el derrochar el cariño de tanta y tanta gente. Cuántas veces tuve el privilegio de ir detrás de la que, sin lugar a dudas, era la persona más feliz del mundo. Y esa persona.... ¡Era mi hijo! ¡Y yo le ayudaba a disfrutar así!
Y llegaron Nueva York y la candidatura a los Premios Princesa. ¡Qué movida! ¡Parece mentira! Por un día Pablo fue el rey de la capital del mundo y por unos meses un Pablo elevó al máximo la dignidad humana.
Pero llegó un baño de realidad, esa realidad que siempre hemos pregonado y que va más allá de las risas de las redes. Llegó también la fractura de cadera como un terremoto que lo trastocó todo y que amenazaba (vaya si amenazaba) con precipitar el fin. ¡Y vaya cómo las carreras a partir de ahí! Fue un renacer, un empezar de nuevo.
Y así llegamos al día de hoy. Y me pongo a trastear por carpetas y carpetas de fotos viendo instantáneas y, a pesar de mi mala cabeza, soy capaz de reconocer el momento concreto de cada una de ellas, se me acelera el corazón recordando los rostros de tantos que sonreían y se alegraban con nosotros, de tantos que se empeñaron en arrancar a Pablo una sonrisa. Se me encoje el corazón solo con pensar que, probablemente, ya no habrá que bajar del altillo la maleta de “las cosas de correr de Pablo”, que ya no habrá que ir a hinchar las ruedas del “bólido”, que ya no tendremos las dudas de “camiseta larga o corta”. Acaso ya no tendremos que marcar fechas en el calendario.
Es indudable que el tiempo no descansa, no se toma un respiro y se empeña dejar huella. El tiempo está empeñado en hacernos ver que existe y que no pasa en balde. Ése sí que sí: el tiempo es un tipo trabajador donde los haya y para él no hay festivo que valga.
Es tan inevitable como estúpido: tantas veces me he hecho la ilusión de que todo continuaría, que siempre habría un maratón más, una carrera más, un viaje más. Y yo mismo, a pesar de que el cuerpo avisaba, me lo había creído. Más de una vez rezaba pidiendo que se me concediera la gracia de correr con Pablo hasta el final.
Este verano ha sido duro: dos días, solo dos, pudimos salir juntos. Y el segundo me costó un hasta aquí. Las rodillas dijeron basta. Si alguna duda tenía sobre esa cirugía que he retrasado veintitrés años (¡veintitrés! ¡treinta y dos tenía cuando con la preanestesia hecha y todo me eché para atrás!) los dolores y las limitaciones se han empecinado en disiparlas todas.
Y me quedo contemplando las imágenes que solo yo soy capaz de completar con el ruido, con el frío, con los gritos y las risas de Pablo, con la fatiga del ir cantando y tener dificultades para recuperar el resuello.
Y miro aquí al lado y lo veo. Ahí está en su colchoneta. Y hoy no habrá ese ponerme las mallas y aparecer con el carro. Y hoy no habrá ese respingo que daba cuando me veía así y chillaba sabiendo que tocaba “paseo”. Qué trabajo me cuesta pensar que no se repetirá la escena. Qué trabajo me cuesta pensar que no tendré la oportunidad de resarcirme de todo lo que no le doy con un par de horas de trote, que no tendré la oportunidad de reparar lo que no hago bien regalándole una carrera con forma de “perdóname” Qué trabajo me cuesta pensar que no volveremos a surcar las calles y parar por un momento para darle ese abrazo y ese beso.
Qué trabajo me cuesta pensar que, probablemente, no habrá más estallido en grito en la línea de meta, que no me fundiré en un abrazo íntimo con él susurrándole al oído “te quiero, perdóname por todo”.
A estas horas mañana estaré dormido mientras trastean mi rodilla derecha. Y poco después despertaré y tocará abrir los ojos. Tocará dar gracias por todo a todos. Tocará mirar atrás para dar gracias a Dios por todo lo vivido, que ha sido tanto, y pedirle que nos ayude a mirar adelante con la confianza que se asienta en lo mucho y bueno vivido.
Gracias a todos (y sois muchos y lo sabéis) los que nos habéis acompañado hasta el día de hoy en esta maravillosa aventura. Muchos sois los benditos culpables que habéis hecho posible tantas y tantas jornadas inolvidables.
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1 comentario:
Simplemente precioso, duro, pero precioso.
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