martes, 27 de febrero de 2018
Gracias, una y mil veces más.
Estaba bien avanzada la carrera. No sé en qué kilómetro fue, pero el solo pensar lo que habríamos dado el año pasado por ver esta imagen. La vida, literalmente, la vida. La alegría me hinchó literalmente el pecho y no pude evitar echar unas lágrimas. Se ve que con la edad me estoy volviendo blando.
Espero que viendo imágenes como ésta muchos comprendan que es completamente cierto, que no es exagerado decir que con Pablo el disfrute es mayor y que con él el maratón es muchísimo más fácil. Que no se me malinterprete. No es modestia: es simplemente cierto. No es heroicidad: es sencillamente un privilegio.
Con Pablo es fácil descubrir que sufrir, lejos de ser incompatible, es un complemente perfecto de eso que llamamos ser feliz.
En un mundo tantas veces hedonista, con Pablo juegas con ventaja: estás abocado a descubrir que, al contrario, la vida está en darse, en entregarse. ¡Y hay que ver cuánto recibes después! Por mucho que ayer lo llevara y empujara su silla, por mucho que dolieran las piernas, los brazos,... jamás de los jamases podré devolverle una mínima parte de lo que esas risas y gritos y manoteos me dan, nos dan.
Cuando salíamos la mayor de las incertidumbres no era si mis lesiones nos permitirían completar el recorrido, sino si Pablo después de tanto tiempo volvería a hacernos soñar. Y es que Pablo es Pablo: es libre. ¿Se alegraría? ¿Reiría? ¿Volvería a gritar? ¿Chocaría sus manos al grito de "¡¡¡¡choca Pablo!!!!?
Esa sí que era LA incertidumbre.
Pero no quiso hacerse de rogar: ¡Se arrancó nada más cruzar!
¡Qué poco necesita! ¡Qué poco para arrancarse! ¡Qué poco para ser el más feliz del mundo!
Para él es más que suficiente con ver a lo lejos un grupo de gente y que le chille "¡¡¡Allí Pablo!!! ¡¡¡Mira los niños!!!! ¡¡¡Choca Pablo!!!!" Y así de forma milagrosa compruebas que su mano derecha se levanta. Y le vuelves a gritar: "¡¡Más arriba Pablo, más arriba!!!". Y a continuación, compruebas el milagro de que lleva su mano más arriba. Y cuando ves que los desconocidos levantan su mano y Pablo les choca uno tras otro, explotas. No puedes menos que explotar y saltar de alegría con él. ¡¡¡Lo ha vuelto a hacer!!!!
Y así kilómetro a kilómetro. ¿Qué son los calambres viendo semejante espectáculo?
Y él se entrega y se entrega, y le canto y chilla, y se cansa y se recupera, y me canso y le pido que chille, y no puedo más y lo miro, y no puedo más y continúo en la cuenta atrás que nos va dirigiendo a la meta, y no sé si queremos llegar o prefiero que se alargue todo un poco más. Y ves esas calles repletas de gente que chillan y que emocionan a Pablo y lo hacen, sencillamente, la persona más feliz del mundo. Y yo, de rebote, tengo la suerte de ser su padre y de contemplar el espectáculo en la barrera, en primera fila. Y no quieres que termine... hasta que ya no puedes más y atraviesas la Barqueta y ya, por primera vez, sí pides casi sin querer que termine la fiesta, porque las piernas no dan para más, y que llegue el estadio y puedas abrazarlo, achucharlo, estrujarlo.
¿Hay alguna duda de que somos la gente con más suerte del mundo?
Un millón de gracias a todos los que por esas calles gritasteis, a todos los que levantasteis la mano y Pablo chocó, y a los que no llegó a tiempo a chocar, a todos los que reísteis con nosotros, a todos los que os alegrasteis con nosotros. A todos los que, en definitiva, hicisteis que Pablo, una vez, más fuera feliz, el niño más feliz del mundo. A todos los que conseguisteis hacer del día una fiesta, una aventura inolvidable. Gracias a todos los que disfrutasteis con nosotros y a los que hicimos disfrutar.
Un millón de gracias a todos los que de mil y una maneras nos habéis ayudado y nos ayudais, a que el sueño continúe.
¡Quién nos iba a decir cuando nació Pablo que con tantas limitaciones nos iba a hacer vivir tanto!
¡Imposible no dar gracias a Dios por todo lo vivido!
Espero que viendo imágenes como ésta muchos comprendan que es completamente cierto, que no es exagerado decir que con Pablo el disfrute es mayor y que con él el maratón es muchísimo más fácil. Que no se me malinterprete. No es modestia: es simplemente cierto. No es heroicidad: es sencillamente un privilegio.
Con Pablo es fácil descubrir que sufrir, lejos de ser incompatible, es un complemente perfecto de eso que llamamos ser feliz.
En un mundo tantas veces hedonista, con Pablo juegas con ventaja: estás abocado a descubrir que, al contrario, la vida está en darse, en entregarse. ¡Y hay que ver cuánto recibes después! Por mucho que ayer lo llevara y empujara su silla, por mucho que dolieran las piernas, los brazos,... jamás de los jamases podré devolverle una mínima parte de lo que esas risas y gritos y manoteos me dan, nos dan.
Cuando salíamos la mayor de las incertidumbres no era si mis lesiones nos permitirían completar el recorrido, sino si Pablo después de tanto tiempo volvería a hacernos soñar. Y es que Pablo es Pablo: es libre. ¿Se alegraría? ¿Reiría? ¿Volvería a gritar? ¿Chocaría sus manos al grito de "¡¡¡¡choca Pablo!!!!?
Esa sí que era LA incertidumbre.
Pero no quiso hacerse de rogar: ¡Se arrancó nada más cruzar!
¡Qué poco necesita! ¡Qué poco para arrancarse! ¡Qué poco para ser el más feliz del mundo!
Para él es más que suficiente con ver a lo lejos un grupo de gente y que le chille "¡¡¡Allí Pablo!!! ¡¡¡Mira los niños!!!! ¡¡¡Choca Pablo!!!!" Y así de forma milagrosa compruebas que su mano derecha se levanta. Y le vuelves a gritar: "¡¡Más arriba Pablo, más arriba!!!". Y a continuación, compruebas el milagro de que lleva su mano más arriba. Y cuando ves que los desconocidos levantan su mano y Pablo les choca uno tras otro, explotas. No puedes menos que explotar y saltar de alegría con él. ¡¡¡Lo ha vuelto a hacer!!!!
Y así kilómetro a kilómetro. ¿Qué son los calambres viendo semejante espectáculo?
Y él se entrega y se entrega, y le canto y chilla, y se cansa y se recupera, y me canso y le pido que chille, y no puedo más y lo miro, y no puedo más y continúo en la cuenta atrás que nos va dirigiendo a la meta, y no sé si queremos llegar o prefiero que se alargue todo un poco más. Y ves esas calles repletas de gente que chillan y que emocionan a Pablo y lo hacen, sencillamente, la persona más feliz del mundo. Y yo, de rebote, tengo la suerte de ser su padre y de contemplar el espectáculo en la barrera, en primera fila. Y no quieres que termine... hasta que ya no puedes más y atraviesas la Barqueta y ya, por primera vez, sí pides casi sin querer que termine la fiesta, porque las piernas no dan para más, y que llegue el estadio y puedas abrazarlo, achucharlo, estrujarlo.
¿Hay alguna duda de que somos la gente con más suerte del mundo?
Un millón de gracias a todos los que por esas calles gritasteis, a todos los que levantasteis la mano y Pablo chocó, y a los que no llegó a tiempo a chocar, a todos los que reísteis con nosotros, a todos los que os alegrasteis con nosotros. A todos los que, en definitiva, hicisteis que Pablo, una vez, más fuera feliz, el niño más feliz del mundo. A todos los que conseguisteis hacer del día una fiesta, una aventura inolvidable. Gracias a todos los que disfrutasteis con nosotros y a los que hicimos disfrutar.
Un millón de gracias a todos los que de mil y una maneras nos habéis ayudado y nos ayudais, a que el sueño continúe.
¡Quién nos iba a decir cuando nació Pablo que con tantas limitaciones nos iba a hacer vivir tanto!
¡Imposible no dar gracias a Dios por todo lo vivido!
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