Será posible de nuevo?

Llegábamos a casa. Habían sido diecisiete kilómetros. Las molestias, las de siempre. Hace tiempo que correr sin dolor forma parte ya de la historia lejana. Pero, bueno, la verdad es que hace tiempo que me conformo con que se mantengan "como siempre". Eso sí, iba exhausto. ¿Cuarenta y dos? A ocho días vista, me suena a ciencia ficción. Ya veremos...

Eso sí, este año el equipo crece. Se viene con nosotros Mario, el mayor de mis hijos. Es un aliciente más para una historia que de alicientes va sobrada. Son otros capítulos en los que somos claramente deficitarios...

Pero qué más da. Saldremos como siempre. En realidad, saldremos como es la vida misma: hay pocas certezas, muy pocas certezas, por más que seamos máquinas de planear y planificar.

En realidad, lo que es cierto es que hay poca certeza y que nos movemos en una gran precariedad. ¿Saldremos el domingo? Bueno, saldremos si todo va bien, si las piernas van, si Pablo está bien y si el tiempo lo permite. ¿Llegaremos? Eso es aún más pretencioso... La vida es más precaria. El futuro... ¿quién lo conoce, quién lo controla?

Eso sí, lo que es seguro es que tenemos la ilusión de vernos. Y seguro que esto sería, como siempre, llegando con todo el estrés a la línea de salida a última hora y atravesando el arco los último de los últimos... Ese momento, en el que ya se dispone uno a disfrutar de la fiesta. Ese momento, en el que le gritamos a Pablo para que se disponga a tomar las calles entre gritos; para que levante su mano y se ría todo lo que pueda desde el principio, porque tendrá que aprovechar desde la primera zancada, porque lo que es seguro es que la vida es precariedad y en el maratón vivimos en la precariedad absoluta de no saber hasta dónde llegaremos. Así que lo único que nos queda, como siempre, sin dejar de tener los ojos fijos en la meta, es estar dispuestos a disfrutar del camino.

Como la vida misma.