martes, 29 de septiembre de 2015
Más sobre el Paleolítico: fragmento de "El clan del Oso Cavernario"
CAPITULO 2
El grupo de viajeros
atravesó el río un poco más allá de la
cascada, donde el río se ensanchaba y hacía espuma alrededor de las rocas, que
salían del agua poco profunda eran veinte, jóvenes y viejos. El Clan había
contado veintiséis miembros antes del terremoto que destruyó su cueva. Dos
hombres abrían el paso, muy adelante de un núcleo de mujeres y niños
flanqueados por un par de hombres mayores. Los varones jóvenes formaban la retaguardia.
Seguían el ancho río, que
iniciaba su rumbo sinuoso, lleno de meandros, a través de la estepa, y
observaron a las aves de rapiña volando en círculos. Si aún volaban significaba
que lo que había llamado su atención seguía con vida. Los hombres que iban
adelante apretaron el paso para investigar. Un animal herido era presa fácil
para los cazadores, siempre que algún cuadrúpedo depredador no abrigara las
mismas intenciones.
Una mujer, más o menos a
mediados de su primer embarazo, avanzaba delante de las demás mujeres. Vio a
los dos hombres guía mirar el suelo y seguir su camino. “Debe ser un
carnívoro”, pensó; el Clan no solía comer animales carnívoros.
Medía poco más de un metro
treinta de estatura; era de huesos fuertes, robusta y patizamba, pero caminaba
erecta sobre fuertes piernas musculosas y pies planos descalzos. Sus brazos,
largos en proporción con el resto del cuerpo, estaban encorvados como sus
piernas. Tenía una ancha nariz en forma de pico, una mandíbula saliente que se
proyectaba como un hocico, y carecía de barbilla. Su frente baja era estrecha e
inclinada, y su cabeza, larga y grande, descansaba sobre un cuello corto y
grueso. En la nuca tenía un nudo huesudo, un promontorio occipital que
acentuaba su perfil posterior.
Un vello suave, corto y
moreno, con tendencia a rizarse, cubría sus piernas y hombros y corría a lo
largo de la parte superior de su espalda. Al llegar a la cabeza, se convertía
en una cabellera pesada, larga y bastante tupida. La mujer estaba perdiendo ya
su palidez invernal a cambio de un tostado veraniego. Sus ojos grandes,
redondos y oscuros, profundamente sumidos bajo unas cejas prominentes, estaban
llenos de curiosidad cuando aceleré el paso para ver lo que los hombres habían
dejado atrás.
La mujer en mayor para ser su
primer embarazo; tenía casi veinte años, y el Clan la había creído estéril,
hasta que comenzó a verse la vida que se iniciaba dentro de ella. La carga que
llevaba a cuestas no se había aligerado porque estuviera embarazada. Llevaba un
gran canasto sujeto a sus espaldas como un cuévano, con bultos atados atrás,
colgando y amontonados encima; varias bolsas cerradas con cuerdas colgaban de
una correa atada alrededor de la piel flexible que llevaba como un manto
alrededor de las caderas, de modo que formaba dobleces y bolsas para guardar
objetos. Una bolsa se distinguía especialmente: estaba hecha con piel de
nutría, lo que resultaba obvio porque se
había curtido dejando intactas las patas, la cola y la cabeza.
En vez de abrir el vientre
del animal, sólo se había cortado el cuello para poder sacar por ese orificio
las vísceras, la carne y los huesos, dejando una bolsa entera. La cabeza, atada
por una tira de piel a la espalda, era la tapadera; una cuerda de tendón teñido
de rojo pasaba por los agujeros que rodeaban la abertura del cuello, y estaba
apresada y atada a la correa que la mujer llevaba alrededor de la cintura.
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