lunes, 16 de marzo de 2020
Día 3. Lunes 16 de marzo.
Día 3. Lunes, 16 de
marzo.
Hoy ha sido un lunes diferente. Y vaya si ha sido diferente.
Quien más y quien menos, cuando el viernes se suspendieron las clases y cuando
después se fue imponiendo a muchos el teletrabajo, pensó que esto tenía su
parte buena. Bueno, incluso hubo quien fue más allá: como esto no era para
tanto, no ir a estudiar o trabajar era poco menos que un chollazo.
Ojú. En qué poco tiempo se ha desmontado todo, qué poco dura
la alegría en casa del pobre: quién nos iba a decir que los chavales echarían
de menos sus clases y que los mayores añorarían sus trabajos (a sus jefes
todavía no; pero al tiempo…).
Y cómo tenemos el estómago. Qué asco. A ver, lo que está
claro es que no se puede estar todo el día comiendo chocolate, chucherías y
frutos secos, porque el coronavirus no acabará con nosotros, pero no vamos a
dar abasto para ir a por Almax a la farmacia. Que llega la hora de la cena y
cuesta hasta trabajito.
Y qué me dices del teletrabajo: ojú que estrés. Es que no
tiene fin, es que es peor que estar en clase o en la oficina. Además como nos
ha dado por la responsabilidad, es que le da cosa a uno hasta de levantarse a
orinar. No se acaba nunca.
Y luego está lo de que íbamos a tener tiempo para todo. ¿Que
íbamos a estar tranquilitos en casa? ¡Pero si esto es un estrés! Hemos
desempolvado libros, hemos empezado a ver las series del Netflix (¿alguien no
se ha suscrito ya en el fin de semana atosigado por sus hijos como si no
hubiera un mañana?), hemos sacado los juegos de mesa del altillo,… Otra vez ha
pasado lo mismo: se pega uno corriendo todo el día y no hay manera de hacer
todo lo que uno quería. ¡Que no! ¡Que no hay tiempo para tanto!
Pero, también ha tenido sus cosas buenas. Hay que ver lo
bien que nos cae ahora el vecindario. Con qué ilusión esperamos a que llegue la
noche para salir a las ventanas y terrazas y verlos allí. Y mira que alguno caía mal. Pero los vemos con
otros ojos: nos enternece verlos allí encerraditos. Y chillamos y aplaudimos
con ellos y nos reímos. Un minutito o dos nada más, pero qué bien nos caen
ahora.
En fin. Qué sé yo. Después de tres días, tres son las cosas
que empiezo a tener claras tres: que de
ésta no queda una chapuza por arreglar en casa, que habrá que ir inventando
otra cosa porque se hace largo el día para salir a liarla con todo el
vecindario a aplaudir y jalear por las ventanas. Y, para terminar, que ese
negocio que siempre nos parecía triste, de dependientes aburridos y que nos
sonaba a cosa antigua de abuelas, ése ha triunfado. Esos señores eran unos
visionarios y cuando esto acabe, en el verano… ¡Vaya vacaciones que se van a
pegar los tíos de las tintorerías!
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